Artículo publicado en noviembre de 1989 en la ahora desaparecida revista
mucho antes de
la preocupación actual por el calentamiento global. Para su correcta apreciación es necesario situarse en el contexto de esa época y considerar cuáles aspectos prevalecen o se han agravado en la actualidad. Tómese en cuenta que el Protocolo de Kioto (acuerdo internacional que tiene por objetivo reducir las emisiones de gases de efecto invernadero que causan el calentamiento global) fue inicialmente adoptado en 1997 pero no entró en vigor hasta 2005 y que recién en el siglo XXI el cambio climático se ha vuelto de interés y preocupación generalizada de la humanidad. |
¿POR QUÉ CAMBIAN LOS CLIMAS?
La
atmosfera que nos cubre, por su composición de gases, constituye una capa que
regula la temperatura del planeta, pues si bien deja pasar una parte importante
de la radiación solar restringe parcialmente el paso hacia el exterior de los
rayos infrarrojos —u ondas largas caloríficas— que se reúnen en su interior, en
forma que varía del día a la noche, de una estación a otra.
A pesar
de que se encuentran trazas de los gases atmosféricos a alturas muy superiores
la atmosfera es una delgada capa cuya totalidad alcanza casi los primeros 100 km
sobre la superficie terrestre pero su masa de mayor concentración está por
debajo de los 30 km y funciona de modo semejante a la de un invernadero.
En un
invernadero, su cubierta y paredes dejan entrar la energía solar al ambiente
interior donde se transforma en energía calorífica y, luego, impiden en gran
proporción su escape. En la atmósfera la mezcla de gases que contiene es, al
mismo tiempo, la cubierta y el ambiente interior y al igual que lo que ocurre en
el invernadero captura calor y evita en buena medida su pérdida.
A esta
retención por la semejanza antes descrita se la llama “efecto invernadero” y se
manifiesta en función de la diferente capacidad de absorción que tienen los
componentes de la atmósfera entre los que están el vapor del agua, el dióxido de
carbono, el metano, el óxido nitroso y los clorofluorocarbonos, que se encuentran
en constante pérdida, reposición o aumento en su volumen por todo lo que sucede
en el conjunto denominado Sistema Tierra, sistema del que es parte la misma
atmósfera como un sujeto activo en la transferencia de calor.
Ahora con
nombre, el “efecto invernadero” es un fenómeno que se produce en forma semejante
en la atmósfera y que ha permanecido prácticamente inalterada en los últimos
2000 millones de años, aunque con diferente magnitud en sus componentes y
efectos. Ése fenómeno es parte de las condiciones que hacen de la Tierra un
lugar adecuado para sustentar la Vida y a sus variaciones se deben muchas de las
características del proceso de la misma.
Los gases
que estén presentes en la atmósfera son unos 40 que por ser los que en última
instancia producen el efecto invernadero, reciben el nombre de gases de efecto
invernadero. De ellos, el dióxido de carbono (CO2) por su volumen y
naturaleza es el responsable de la mitad del citado fenómeno.
Se
observa que la concentración de gases aumenta en la atmósfera y que la radiación
solar recibida el nivel del suelo no se reduce significativamente, mientras que
la radiación térmica que ceden la superficie terrestre y la acuática al espacio
está disminuyendo en forma apreciable con el consiguiente resultado de que hay
un exceso de energía.
En ese
panorama, el aumento de CO2 que se viene produciendo en la atmósfera
tenderá a acelerar el efecto invernadero si no se producen cambios en los
patrones que caracterizan al mundo contemporáneo —aunque se reconoce que también
existen prácticas de remota data que también inciden en ese aumento—, patrones
agravados por el crecimiento demográfico, como es el caso del consumo de
leña.
Por un
lado está el hombre que hace excesivo uso de los combustibles fósiles (petróleo,
gas natural y carbón mineral) perturbando la atmósfera al inyectarle cada vez
más CO2; y, por otro lado esté la biota terrestre —en especial de
bosques y suelos—, como importante contribuyente de ese gas hasta los años 60
cuando fue sobrepasada por la utilización de los combustibles fósiles.
La
concentración de CO2 en la atmósfera ha variado a través del tiempo.
Se estima que fue de 200 partes por millón en volumen (ppmv) durante el último
periodo glacial hace 18.000 años, y que estuvo entre 250 y 290 ppmv en la época
preindustrial. Recientes análisis del aire atrapado en el núcleo de algunos
glaciares han revelado que esa concentración
atmosférica fue de 280 ppmv hacia el año 1750. Ahora, con precisas y
continuas mediciones desde hace 30 años, se demuestra un claro aumento de 315 a
344 ppmv.
Otros
gases que se incorporan al ambiente en volúmenes apreciables son: el metano (CH4),
que es el más simple de los compuestos que se desprenden en gran medida de la
materia orgánica en estado de descomposición por ejemplo a consecuencia de la
actividad ganadera y del cultivo del arroz; el óxido nitroso (N20),
producido por la vida bacteriana y la combustión a altas temperaturas; y los
clorofluorocarbonos, CFCs para abreviar, que emite la actividad industrial.
Si se
mantiene el ritmo actual de incorporación de gases a la atmosfera, el efecto
invernadero hará que alrededor del año 2030 la temperatura media del planeta se
habrá elevado entre 1,5 y 4,5 grados centígrados, con menores valores en las
latitudes ecuatoriales y con mayores en las polares, donde la media podría
situarse en invierno cerca de 10°C por encima de la actual.
Tales
posibilidades de comportamiento de los componentes de la atmósfera, sus efectos
y lo que en ella ocasiona la actividad humana, han motivado estudios para
explicar el fenómeno y generar proposiciones para la atención de sus
consecuencias.
Las
razones de la preocupación ante lo que pudiera sobrevenir son las siguientes:
hay evidencias de que el clima en la Tierra está cambiando; se considera que los
resultados no serán favorables para la Vida en ella, y se reconoce que el hombre
es, en alguna medida, responsable de lo que pudiera suceder, pero también que
tiene la capacidad para evitar el cumplimiento de pronósticos por ahora muy
adversos.
Para
comprender la importancia del aumento de la temperatura global, puede
considerarse que en la última glaciación de la Tierra, que terminó hace 10.000
años, la temperatura se mantuvo tan solo 5°C por debajo de la temperatura media
de hoy, que tiene en general condiciones relativamente favorables. Si la
temperatura actual es el producto de una recuperación en un centenar de siglos,
el aumento que ahora se vaticina significaría un ritmo de variación entre 10 y
50 veces más rápido.
De
acuerdo con estimaciones científicas basadas en una prudente observación de las
posibles modificaciones climáticas durante los próximos decenios, se prevé que
los mares se podrían elevar hasta un metro sobre su nivel actual con todos los
peligros que esa situación acarrearía a las islas, deltas y costas de bajo
perfil, y la abrumadora exigencia de un desarrollo de la tecnología hidráulica
para controlar las aguas y evitar inundaciones irreversibles.
Sin
embargo, en el aumento del nivel de los mares no está considerado el efecto de
un deshielo importante en las regiones polares, especialmente en la antártica
occidental, que sería un factor de crecimiento del mar que, aunque posible en un
futuro relativamente remoto, no se lo considera factible en el próximo siglo.
Por otra
parte, a medida que aumenta la latitud, los inviernos tenderían a ser más
cortos, más húmedos y más templados, y los veranos más largos, más secos y más
calurosos. En las latitudes medias también se presentarían variaciones: se
acentuaría el patrón que caracteriza a las zonas secas y húmedas, con mayores
sequías y lluvias más copiosas, respectivamente.
Algunas
regiones podrían resultar con mejores condiciones agrícolas, tanto por los
cambios climáticos como por la mayor concentración de CO2; en el
ambiente que produciría un crecimiento más rápido y mayor tamaño en las plantas;
sin embargo, ante mayores exigencias de nutrientes, los suelos se empobrecerían
más rápido.
En otras
partes, un calentamiento de uno a dos grados centígrados, sin que intervengan
cambios en el régimen de lluvias, produciría reducciones muy severas en la
producción agrícola, fenómeno que la tecnología actual no podría evitar que
ocurriera. Aquí y allá, las plantas serían menos ricas en nitrógeno y quizá más
vulnerables a las plagas, que serían más peligrosas por el aumento de la
temperatura.
Estas
profundas perturbaciones afectarían a muchísimos millones de personas en todo el
mundo, la humanidad tendría pocas opciones: de modo fundamental adaptarse a las
nuevas condiciones o iniciar extensos movimientos migratorios en escalas
enormemente mayores que las que se habrían producido como consecuencia del
último periodo glacial.
Para el
tiempo por venir las perspectivas para resolver de manera satisfactoria los
peligros que se están avecinando son débiles, sobre todo por la ausencia de
medidas enérgicas y a corto plazo, y también porque en el funcionamiento
aparentemente extravagante del clima existen tantos factores que cualquier
predicción está sujeta a interacciones que hasta ahora son poco conocidas y que
causan cambios inesperados.
Por otra
parte, los científicos sostienen diversas teorías, ninguna de las cuales ofrece
por si sola una adecuada explicación para el desquiciamiento climático; a pesar
de esto, el conjunto de planteamientos proporciona un marco que permite apreciar
que hay oscilaciones climáticas de período corto que pueden enmascarar o
destacar el efecto invernadero para el que las tendencias globales señalan un
paulatino empeoramiento.
Quedan
varios campos en los que es necesario un mayor conocimiento: la actividad
volcánica, tanto como emisora de CO2, como también productora ceniza
que favorecen el enfriamiento de la atmósfera; la verdadera capacidad de los
mares para absorber CO2 —que parece que es mayor que la que se
estima—, y el papel que juega el plancton tanto en esa absorción como en otros
fenómenos atmosféricos favorables; la actividad solar, cuyos diferentes ciclos,
sobre todo en lo relativo a sus manchas, inciden en forma destacada en el clima;
y, el patrón de vientos de tan diversas causas y con tantos efectos en las
temperaturas en el planeta.
Así, quedan muchas incógnitas que deberán ser aclaradas con estudios más
profundos sobre lo que aconteció en el pasado y lo que ocurre hoy en día;
estudios que permitan obtener mejor información para elaborar pronósticos más
certeros y, fundamentalmente, para adoptar medidas viables y eficaces que
contribuyan a liberar a la humanidad del futuro de sufrimientos que se
vislumbran, pero que se desconocen.
Ya que son muchos los factores que intervienen para comprender el
balance térmico terrestre y el efecto invernadero es necesario
considerar lo que ocurre en una latitud promedio y en un período
relativamente prolongado, por ejemplo un año.
Asumiendo
que 100 unidades de radiación solar llegan a la parte superior de la
atmósfera, el gráfico muestra de qué forma se distribuyen y cuáles son
las cantidades absorbidas por la Tierra y la atmósfera e, igualmente, la
magnitud de la emisión al nivel de la superficie terrestre y su
repartición entre la atmósfera y el espacio exterior. De lo que recibe
la atmósfera, tanto de parte de la radiación solar como de la emisión de
la superficie terrestre, algo se va al espacio y la mayor parte vuelve a
la superficie terrestre.
El efecto
invernadero se explica por lo que sucede en la atmósfera. La Tierra cede
en el caso asumido, 115 unidades de onda larga, de las cuales 106 son
absorbidas por la atmósfera; ésta, a su vez, suelta al espacio 60
unidades y, la diferencia, 46 unidades, es retenida por la atmósfera
como efecto de la presencia de gases que absorben la radiación de ondas
largas. Esto es lo que los científicos han dado en llamar "efecto
invernadero".
Con las
mismas 100 unidades de radiación solar—en lapsos más breves y sobre un
mismo punto geográfico—se observan muy diferentes comportamientos en el
seno de la atmósfera: habrán periodos en los que, por el efecto
invernadero, el número de unidades de radiación retenidas por la
atmósfera será mayor durante el día y menor en la noche; si se considera
el balance en algún momento del día o de la noche, no se encontrarán
igualdades entre las ganancias y las pérdidas de calor.
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